NARCOCULTURA

sábado, 20 de noviembre de 2010

La Gran narcosubasta ¿quién da más?

Con la contundencia y la repetición de una ametralladora, digamos una R-15, el subastador llena la sala con una voz cuya velocidad parece desafiar la física. “Un millón 400 mil pesos. ¿Quién da un millón 410 mil? ¿Quién da un millón 410 mil? ¿Quién da un millón 410 mil?”. Tiene el martillo en la mano, listo para golpear la mesa y cerrar el trato.
Micrófono de por medio, una de sus asistentes ofrece los pormenores de la que por mucho parece ser la más importante subasta del día: “El lote 144 es un anillo estilo conservador, con montadura de oro en seis uñas y un diamante de 14 quilates”.
Decir conservador es un eufemismo. Lo que tenemos enfrente es más bien un monstruo del tamaño de una nuez. Una roca que pesa 16.3 gramos, extraída seguramente de una mina africana —y tallada después en Israel o Bélgica— que quién sabe cómo llegó a México para terminar como adorno en el dedo de un capo de la droga con pésimo gusto.
La roca no habla ni puede decirnos de quién fue y está desacoplada de lo que hizo su dueño. ¿Estuvo en Sinaloa? ¿En Durango? ¿En Tamaulipas? ¿Fue propiedad de un narcomenudista de Tepito, un sicario, un cerebro financiero? No hay detalles disponibles. Pero sí imágenes: el anillo, decomisado por la PGR en un operativo, aparece en una pantalla tipo estadio para convencer a alguien de comprarlo. Blink, blink: en la sala se hace un profundo silencio.
Lo que el Servicio de Administración y Enajenación de Bienes ha bautizado como La Gran Subasta ha llegado a su clímax. Es la sortija que el gobierno federal ha empleado desde hace 15 días como imagen para promover la venta, inédita, de miles de piezas de joyería decomisadas a barones de la droga mexicanos en el sexenio.
El subastador insiste: “¿Quién da un millón 410 mil? ¿Quién da un millón 410 mil?”. Del público, de las más de 400 personas que acudieron a la subasta más publicitada de los últimos años y pagaron sus derechos para hacerse de un pedacito del botín, no hay respuesta.
Todos miran a la pantalla, como hipnotizados.
***
Como pocas veces, el SAE ha hecho en los últimos días grandes esfuerzos de comunicación para promover la subasta. Quiere que se sepa. Es como mostrar que en la guerra del narco no todo son derrotas y que también se le quitan los bienes a quienes se enriquecen ilícitamente. Son centenares de lotes y miles de joyas, algunas con diseños imaginativos, por decir lo menos.
Una medalla muestra la efigie del papa Juan Pablo II haciendo la señal de la cruz (bendiciendo a su dueño). Y un collar parece hecho a base de plumas afiladas.
Muchos de los diseños, encargados probablemente por narcos, no sobrevivirán a los próximos días. “La verdad ni me interesan. Yo lo que quiero es el oro para fundirlo”, dice Pedro, uno de tantos compradores que viene por oro a granel.
¿No le molesta comprar algo que pudo pertenecer a un narcotraficante?
Al final sólo son objetos.
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Podrán ser sólo objetos, pero los relojes desatan furias.
Cada comprador se identifica con una paleta y un número. De entre los asistentes queda claro que hay los que vinieron a ver y los que son pesos pesados. Coyotes que saben lo que hacen. Personajes coloridos dispuestos a quemarse cientos de miles de pesos.
Por seguridad, el SAE reserva los nombres de los compradores y pide a las cámaras de video retirarse una vez iniciada la subasta. Queda la descripción: a la distancia, la paleta número 413 se parece a Tony Soprano, con camisa abierta, pelo en pecho y relucientes cadenas de oro. El 346 es un muchacho vestido con traje de diseñador. La paleta 154 pertenece a un hombre de cabello engominado con traje oscuro, camisa negra, corbata roja, chaleco carmesí y zapatos de gamuza.
Los tres protagonizan la puja del día. Pelean por un reloj de pulsera Audemars Piguet que tiene precio de salida de 520 mil pesos. En cuestión de dos minutos, el costo se ha elevado a 700 mil.
Hasta los funcionarios que vigilan la subasta levantan la mirada, interesados por la refriega. Las edecanes que adornan el evento dan saltitos de emoción. El subastador parece frotarse las manos.
“Tengo 780 mil, quiero 790, tengo 780 mil, quiero 790, tengo 780 mil, quiero 790”, remacha. Descompuesto, paleta 154 se sale de la contienda. Queda todo entre Tony Soprano 413 y paleta 346. La cifra escala hasta los 860 mil pesos. Es un juego de nervios... que al final gana el muchacho, el de la cartera más honda. Martillazo del subastador y un grito: “¡vendido!”. La sala aplaude.
Entrevistado después, paleta 346 pedirá reservar su nombre, no así su edad: 22 años.
¿Para qué quiere un reloj de 860 mil pesos?
Hombre, pues para ponérmelo.
Así es como se evapora el dinero en La Gran Subasta.
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“Un millón 400 mil pesos. ¿Quién da un millón 410 mil?”, resuena el R-15 de la voz del subastador. La sala sigue en silencio, apreciando la imagen de un diamante de 14 quilates bestial
Por fin sale una voz de entre el público: “¡Fuera!”, grita un asistente que ha roto la hipnosis del brillo y la piedra. Nadie quiere comprar la nuez. Nadie va a tirar tanto dinero a la hoguera.
“Se retira”, dice el subastador. Se le nota deprimido.
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